Donde la sombra no crece
Muestra fotográfica de José Ramón Vega
En torno al monasterio y a las gentes de Montes de Valdueza
Inauguración: 8 de Julio de 2021, 18:00 h.
Monasterio de San Pedro. Montes de Valdueza
Del 8 de Julio al 30 de Septiembre de 2021
José Ramón Vega. León, 1962.
Vinculado a la fotografía desde mediados de los años 80, ha trabajado especialmente el retrato en blanco y negro, pues su formación como fotógrafo proviene de la fotografía analógica y del trabajo en laboratorio. Por su cámara ha pasado gran parte del panorama cultural y social de la
provincia de León.
Influenciado por la fotografía documental de la segunda mitad del siglo XX, su puesta en
escena se caracteriza por su sencillez narrativa y su concisión a la hora de captar ambientes, lugares y personajes. Aunque cultiva varios géneros y temas diferentes, destaca especialmente por sus retratos, directos, íntimos, crudos en ocasiones, en los que la cercanía y la complicidad que establece con el sujeto y su entorno reflejan un gran dominio de la proximidad, de la situación y de la técnica fotográfica.
«Donde la sombra no crece».
«Es un lugar parecido al Edén y tan apto como él para el recogimiento, la soledad y el recreo de los sentidos. Cierto es que está vallado por montes gigantescos, pero no por ello creas que es lóbrego y sombrío, sino rutilante y esplendoroso de luz y de sol, ameno y fecundo, de verdor primaveral… Aunque en la rígida pendiente de la montaña ni un solo rincón encontramos donde edificar, con la ayuda de Dios, el trabajo de nuestras propias manos y la precia de los artesanos, en muy poco tiempo allanamos un pequeño espacio donde pudimos edificar un breve remedo de claustro. ¡Qué delicia contemplar desde aquí los vallados de olivos, tejo, laureles, pinos, cipreses y los frescos tamarindos, árboles todos de hojas perennes y perpetuo verdor! A este inmarcesible bosque le llamamos Dafne por sus emparrados rústicos de cambroneras que brotan espontáneas y trepan por los troncos y forman amenísimos y compactos toldos, y refrescan y protegen nuestros miembros de los rigores del estío y nos proporcionan mayor frescor que los antros de las rocas o la sombra de las peñas, mientras que el oído se regala con el muelle del cantar del arroyo que a la vera corre, y la nariz se embriaga con el nectáreo perfume de las rosas, los lirios y toda clase de plantas aromáticas. La bella y acariciadora amenidad del bosque calma los nervios y el amor auténtico, puro y sin fingimientos, inunda el alma».
San Valerio, siglo VII